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La comunidad internacional compromete en París más de 1.000 millones de euros para ayuda humanitaria

Hitzel García

Actualizado: 19 nov 2023

La agencia que persigue la corrupción ha prohibido a los funcionarios que inviertan en fondos de capital privado.

Las mejores fiestas de postín en Shanghai las organiza el Consulado italiano. En la última alquilaron un viejo palacio de estilo europeo a pie del Bund, la céntrica pasarela que hay junto al río Huangpu y que parte en dos a la capital financiera. Abundaban los aperitivi y la barra libre de buen vino de la Toscana.

En una sala había un violonchelista y en otra un Dj pinchando techno, los negocios se hacían en el jardín, donde se juntaban en corrillos empresarios extranjeros, millonarios chinos y altos funcionarios del Partido Comunista.


En aquella fiesta había un tipo espigado que rondaba por todos los círculos. En su primera tarjeta de presentación aparecía como dueño de una empresa que vende vinos de Shandong, en la costa este, la zona vinícola por excelencia de China. Su segunda tarjeta era la de un director general de una empresa que fabrica robots para cuidar a ancianos en residencias y hospitales. También contaba que era inversor en una farmacéutica y en una empresa de videojuegos.

Con la alegría del flujo libre de alcohol ayudando a soltar la lengua, Liu, que así se apellidaba este hombre de negocios, también guardaba en el bolsillo de la americana otra tarjeta más sobria, la de un alto cargo del PCCh en el gobierno de Anhui, una provincia al este de China. Además, Liu es uno de los casi 3.000 delegados que se reúnen anualmente en el Parlamento chino.


Su viaje a Shanghai era para hacer buenos contactos empresariales aprovechando la fiesta del Consulado italiano. No era el único trabajador del partido en aquel evento que estaba allí no por su cargo público, sino por sus negocios privados. "Aquí todo está conectado", reconocía otro miembro del PCCh que estaba invitado como socio de una importante agencia inmobiliaria.

Al día siguiente, Liu, el de los vinos y robots, regresó a su oficina de Hefei, la capital de Anhui, que fue una de las ciudades pioneras en invertir en empresas privadas, sobre todo en tecnológicas relacionadas con semiconductores e inteligencia artificial. El gobierno de la ciudad también está metido en la industria automotriz. Al principio la pandemia, adquirió el 17% de Nio, un gran fabricante de vehículos eléctricos que no estaba pasando por su mejor momento.


En 2021, esta empresa se recuperó vendiendo más de 90.000 coches y obteniendo ganancias. Fue entonces cuando Hefei, como si se tratara de un codicioso inversor privado, se quitó de encima casi toda su participación en Nio, ganando cinco veces más que su inversión inicial. Hefei también ha tirado de fondos de inversión que financia para comprar su participación en empresas extranjeras como el fabricante holandés de chips Nexperia.



Los gobiernos locales de China, que controlan las ventas de tierras, llevan desde los años de aperturismo del país estrechando lazos con las empresas privadas tirando de una sencilla receta: ofreciéndoles suelo muy barato, subsidios y exenciones fiscales que atraigan a las compañías a sus dominios, para después invertir en ellas. Un informe realizado conjuntamente por investigadores de la Universidad de Chicago, la Universidad Tsinghua (Pekín) y la Universidad China (Hong Kong), que analizaba a más de 37 millones de empresas registradas en el país asiático, descubrió que muchas de ellas tenían como propietarios o máximos accionistas a más de 40.000 agencias estatales, desde el Ejecutivo central hasta gobiernos de ciudades y pueblos.

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